16 abr 2012

Sabiendo a muy poco.

Obtuve las respuestas que necesitaba sin hacer las preguntas que no quería.
Apuré mis piernas que se estimulaban por lo que oculto, y las ganas de llegar se hicieron cada vez más intensas.
Otras necesidades quedaron relegadas, cuando ni siquiera las luces lograron distraerme de lo que oía.
No sé si la incomodidad se hizo evidente, pero por única vez confié en las distancias.
Te imaginé mirándote las manos y no sentí la necesidad de no olvidarlo porque supuse que esa sensación persistiría hasta el día siguiente, persistiría como esos nudos que me dejan sin ideas.
El orgullo y la dignidad son como veredas vacías a esa hora en la que uno no sabe si la gente va o vuelve, como perros sin dueño, como esos amaneceres que no te dejan respirar.
El tiempo se hizo tan insoportable como un enjambre de mosquitos metido en mis orejas, como una garganta que pide a gritos un poco de agua.
Aunque mi boca reviente hay palabras que no vale la pena dejarlas andar. Las disculpas caducarán en el momento en el que empieces a hablar de nuevo.
Lo aprendido se olvida y a las culpas se las lleva la lluvia. Llueve de nuevo. Me duermo y te sueño, me despierto y te espero.
Quiero pensar que escribir es una forma de encender estrellas en la oscuridad irremediable de tu ceguera.
Mi cama se llena de arena y no encuentro mis dedos para dibujarla.
A medida que baja la temperatura acumulo más frustraciones que segundos, no sé si entumecen más mis pies o mi alma.
Una neutralidad alterada, un equilibrio extremo. Vos y las cosas que me das sólo para poder quitármelas.
Viajé en el tiempo y volví llorando, con las manos vacías. En el espejo que rompí hace unos días vi en mis ojos que no quería volver, que tenía menos de lo que me había llevado. La desesperación de alguien me trajo de vuelta, me forzó a dar la cara cuando mi boca no hilaba ni una frase coherente. Traída de los pelos para callarme.
Me duelen las manos de tanto apretar las verdades que aún no se cuelan entre los dedos.
Seguimos hablando con recelo, como si nos dieran miedo las palabras. No creo que nos dijéramos mucho, todo lo que tenemos para darnos es tiempo vacío.
Me despierto de nuevo dudando si dormí. Es la misma hora que hace unos días y la manía de hablar de mí misma como si fuese otra, regresó de golpe. No podía dejar de pensar en cómo sería el preciso instante en el que nuestros ojos se cruzaran por segunda vez.
Huía de mi ombligo mientras el tiempo arrastraba los pies. Me maldije por regalar sonrisas y mezquinar silencios.
Pude escribir tu nombre porque me di cuenta de que para el futuro ya no faltaba tanto.
Cuando mi voz sonó ajena no me quedó más que apelar a recursos que fingía no conocer. Comienzan a llover flores y tengo miedo de que desaparezcan todas juntas.
Me río sola cuando me doy cuenta de que mis ojos atesoran un secreto que en realidad a nadie le interesa descubrir.
Tu muerte ajena me escupe la cara, se burla de que en mi panza se compriman los suspiros.
Todos los puntos de mi cuerpo descansan y vos impune gobernás mis entrañas.
En los pliegues de las arrugas de mis ojos se esconden tus cosquillas. Ya no uso ni como excusa las gotas que no se vuelven lágrimas. No necesito las respuestas con sonrisas de labios cerrados y llenos de paz, que son sólo la antesala de la risa que desata los colores de tu bandera.

2 metieron la cuchara:

IndianaManzana dijo...

Bello bello bello!

Antónima dijo...

Gracias gracias gracias!